Santiago en Santiago III – Una ciudad con mi nombre

La homología sociedad-urbanidad en Santiago

Llamarme Santiago y estar en Santiago me parece la cúspide del humor.

Edificios nuevos, calles nuevas. Tengo que construir una memoria nueva.

Bajo para el centro y trato de entender qué cosas me dan pistas del funcionamiento de la ciudad o anticipaciones de lo que me puedo encontrar. Ejemplo clásico: mirar la cantidad y fervor de las rejas. Vuelvo al centro. Las pintadas me hablan de una zona más conflictiva y menos regulada por el Estado. Más diversa, tal vez. Las muchachas de pelo pintado combinadas con olor a marihuana seca en combustión deben ser indicador de algo. Está muy pero muy de moda el colorado. ¿Esa intensidad nos hablará de una intensidad social, de una efervescencia?

Me gusta la idea de elaborar reportes. Haría una web de reportes de precios por ejemplo. El precio del completo chileno en Santiago Centro como indicador de algo.

Panico por casi no encontrar completos. Tardé 3 cuadras. Había dos puestitos, uno al lado del otro. Uno no tenía. Fui al otro. Me dio algo que no tenía palta. Mi idea de completo era esa. También me quiso encajar un billete roto. Soy argentino, no boludo. Días después, me enteraría de que el completo que había en mi cabeza era un italiano, pero que al italiano también se le decía completo. Pero el panchero (¿o completero?) no supo adivinar.

Hay muchos puestos de costureria (¿no se compran ropa los chilenos?). Conté como diez entre dos galerías. Quizás más. Capaz que sea algo generacional. La gente grande, sin cultura de consumo, se mande a arreglar la ropa, y la gente más joven, ambiciosa de remeras nuevas, reviente la de crédito en adquirir nuevas prendas con relativa regularidad.

Galería: completos, ropa en exceso hippie, ropa en exceso punk, costurerías, una librería que se dedica solo a libros de mierda. Nunca vi una tan enfocada.

Quiero compenetrarme con la mitología de esta ciudad, pero no la encuentro. Los argentinos somos melancólicos y tangueros y eso nos hace construir recuerdos hasta donde no hubo nada. Una letra, un bandoneón, una guitarra gastada. Como en Escocia, cada castillo tiene su fantasma. ¿Cuáles son los de acá? Tengo que ir a buscarlos.

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La ciudad de Santiago tiene tres instancias. El sur pobre, el centro más bien misceláneo y el norte, cónclave californiano. Los micrófonos están puestos ahí, desde allí se cuentan las historias sobre los demás. El Área Metropolitana de Buenos Aires es un salpicón de villas y countries. Santiago es más sencilla. La parte más divertida pareciera ser el centro. Mi misión es conocerlo. Es donde están los Onces de por acá, los barrios comerciales. Son Meiggs, Patronato, otros que le huyeron a mi memoria.

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Algo que les envidio a los chilenos (y a los mendocinos, si vamos al caso, pero estoy en Santiago) es poder mirar a los Andes al despertar. No les envidio el smog. No les envidio mucho más, creo.

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Se restringe el uso de autos por la contaminación. En invierno, como se acumula mucho humo y emisiones, el Gobierno hace que los autos de diferentes números de patente salgan diferentes días (o algo así, me lo dijo una amiga; yo no tengo auto). Esto es medio ☠⚰☠⚰☠⚰.

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Argentina = guita vieja; Chile = guita nueva. Se ve en la arquitectura. Se ve en el asfalto.

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El subte es mejor en Santiago, el colectivo es mejor en Buenos Aires. El tránsito es más ordenado en la capital chilena, es más divertido en el conurbano argentino.

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Una idea divertida: Norte = cabeza, centro = estómago, sur = pies/extremidades. De lo único de lo que estoy segudo es de que el centro es el estómago. En Lo Barrenechea, no me gusta caminar 20 minutos para llegar al comercio más cercano.

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El agua es como el collar de diamantes de los barrios. Al norte, en el cónclave californiano, uno encuentra calles anchas, casas enormes (muchas de un estilo estadounidense descarado), palmeras incluso. El pasto es verde esmeralda. A medida que uno baja hacia el sur, el entorno se vuelve más y más seco. Más cercano al sustrato original.

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Quería cambiar 100 dólares manchados y nadie me los aceptaba o me daban un cambio atroz (50% abajo). Pasé por más de diez casas de cambio. Al final le regateé a uno y me dio 10% abajo. A papá mono con bananas no. Los argentinos sabemos más del dólar que los conchudos de la FED.

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Santiago es en parte una granja de autos. Los traemos a pastar y los dejamos que jueguen por laberintos de pasillos anchos, anchos.

Una amiga de Puente Alto me dijo que hasta los 18 no salía mucho de su comuna. Otra amiga de Lo Barrenechea no baja nunca al centro. Etcétera.

Hay algo muy familiar en Santiago. Su semiótica no difiere mucho de la nuestra. Es como otro dialecto de la misma infraestructura social.

Hay muchísimos canas por el Palacio de La Moneda. Movilizaron a muchísima fuerza de seguridad. Es muy irónico que el gobierno antiyuta tenga que dedicarse a poner orden como principal actividad a fuerza de demanda popular. Es una enorme preocupación la seguridad acá. Muy transversal. Amiga me dice que los pobres votan a la izquierda en presidenciales pero a la derecha en municipales. Ustedes sabrán chequear si el mecanismo es tan palpable.

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Un venezolano me trajo un bidet. No se usan en Chile. De hecho, cuando fui a lugares de material para la casa, los dependientes no entendían a qué me refería. Lo terminé pidiendo por Mercado Libre. El venezolano me dijo “Ah, sos de Argentina, los campeones del mundo”.

El venezolano del DiDi (gran app de los camaradas chinos) habla de comunismo en el sentido hipergenérico de Milei y otros. Me pregunta si ya metieron en cana a Cristina Fernández de Kirchner. Le digo que no lo van a hacer y que lo mejor que puede esperar la opisición es que sea senadora vitalicia.

Se escuchan todo tipo de acentos en el Centro. Los chilenos son más orilleros. Los extranjeros van directo al estómago de la ciudad. A quienes más veo moverse e inventar en el comercio ambulante es a los que se ven más ajenos, los de menos raíces locales. Extranjeros o extraños.

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Anduve por Valparaíso y Viña del Mar. Valpo y Viña. La dinámica urbana es otra. En Lo Barrenechea hay riego automatizado en los espacios verdes; en Valpo, el boleto de bondi se paga en efectivo.

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Santiago duerme temprano. Desde las diez de la noche, los negocios cierran, las personas dejan de circular, y afloran pocas especies. Las nocturnas. Los especímenes particulares del fondo del océano: linyeras, yonkis, canas. Despistados. Pero son pocos. Larreta tiene sus hubs de manyines, más diversos, más populosos, por toda la ciudad y activos durante todo lo que dure la Oscura. Y gente que pasea al perro. Buenos Aires no duerme, a lo sumo, bosteza un poco y sigue. Es un camionero papoteado por la ruta 40, pero sin moverse de su lugar (porque es una ciudad, ¿no? Todavía no inventamos eso).

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No veo al autoproclamado país más desarrollado de Sudamérica afuera de las tres comunas ricas de la Región Metropolitana de Santiago. No le quiero tirar mierda a Santiago. Es mi ciudad. Tiene mi nombre. Casi podríamos decir que la fundé o la voy a refundar.

Sería interesante que Peñalolén tuviese un acercamiento a la tecnología y el progreso más palpable. Sería interesante que, para ver cosas sofisticadas, no haya que irse al ghetto norte.

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Esta nota parece un bardeo. Insisto: no lo es. No quiero que parezca que tengo algo en contra de mi ciudad.

Solo digo esto: todavía no encuentro su alma.

Pido disculpas.

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