La muerte de la ficción es el renacer de otra cosa

Sobre qué implica, en términos de la filosofía del lenguaje, pedir una correspondencia entre un actor y el rol que interpreta en una película

Pensé este pensamiento mientras manejaba de vuelta del dentista a casa. No es a nadie en específico así que voy a tratar de no ser muy ambiguo.

Creo que el pensamiento humano, explícita y, sobre todo, implícitamente, tiene un conflicto muy peculiar y es el conflicto entre el símbolo y la cosa. Digo conflicto y no problema porque vamos y venimos entre muchas formas de relacionar al Veritatis Mundi («el mundo real» para hacerme el canchero) con la Verba, la palabra.

En los primeros cuatrimestres de Letras Modernas se enseña que hay dos grandes perspectivas (yo diría: familias de) acerca de este conflicto: los naturalistas y los convencionalistas.

  • Los primeros, sostienen que las palabras son una consecuencia de la naturaleza. Ejemplo clave: las onomatopeyas.
  • Los segundos, plantean que las palabras son una convención más bien arbitraria, una capa aparte de la naturaleza.

La tesis convencionalista es sencilla: un perro puede ser perro, dog, inu, etcétera.

La tesis naturalista es más difícil de agarrar. La explica bien Borges en El Gólem.

Si, como decía el Griego en el Cratilo

El nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de “rosa” está la rosa

y todo el Nilo en la palabra “Nilo”

Borges

Cuando se critica a actores por encarnar personajes que no son parecidos a ellos (Fraser no llegó a ser obeso mórbido, actores de personajes gays no son homosexuales, etcétera), en realidad se utiliza esta filosofía. Se apela al naturalismo sígnico. Se espera que el símbolo sea una continuidad natural de la cosa.

Y eso. Los marcos filosóficos no se crean ni se destruyen, como la energía o la divinidad.

Abrazos a la flia.

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